El calor desaparecía lentamente a medida que el otoño avanzaba. Los árboles comenzaban a deshojarse, logrando que las calles del triste barrio de Buenos Aires lucieran una capa anaranjada. Los niños correteaban, pisando hojas y riendo, sin importarles el fuerte viento helado que golpeaba sus mejillas y levantaba los caprichosos restos del verano. La gente mayor caminaba rápido, sin detenerse a hablar, enfundados en abrigos de lana, bufandas y guantes, intentando cubrirse la piel lo más posible, aunque el frío era agudo, constante, y para nada cobarde. Las ventanas se hallaban cerradas, los parques vacíos y las casas con las estufas bien prendidas, porque aquel otoño se avecinaba fuerte, y poderosamente helado. Nadie veía con positivismo que el otoño significaba el "sentar cabeza" para el nuevo año que empezaba. Por que es así, nadie cuenta enero y febrero como partes del año, para los trabajadores y estudiantes, el año comienza en marzo. Al igual que el otoño.Ah, el otoño.
No tengo recuerdos felices de la primavera pasada. Tampoco del verano, con sus aires calientes y piletas municipales demasiado concurridas. Para la gente normal, el verano se padece, no trae ningún placer y hasta llega a considerarse molesto. Pero claro, si tenés la plata suficiente te escapás a la costa. Es más, hay quienes se escapan al otro hemisferio, en busca del invierno frío. Pero no yo, yo me quedé acá, sentada en la vereda esperando algo que sabía que no iba a venir. Mis brazos abiertos, intentando abrazar la brisa finita y débil que traían los autos que pasaban por la calle empedrada. Santa Rosa. Mi calle favorita.
Esa calle siempre está vacía.
Bueno, mas ahora en otoño, porque todos odian al pobre otoño. ¿Por qué? Personalmente, creo que es perfecto. Cero calor, mas bien mucho fresco, vientos fuertes, lluvias abundantes y el paisaje mas lindo de todos. En serio, Santa Rosa la naranja, con los árboles secos y tristes y los adoquines que no se ven de lo tapados que están. El otoño me da más felicidad, sobretodo porque me siento mejor, respirando aires que no me queman la nariz.
Volviendo al tema, del Invierno no me acuerdo, sacando de lado el hermoso rostro del nuevo vecino. Llegó en Julio, el día de la independencia. Lo primero que pensé fue, ¿A quién se le ocurre mudarse en un feriado? ¿Por qué no se quedan descansando? Después me reí. Claro, todos trabajan, todos tienen obligaciones. Todos menos yo, que solo curso el último año del secundario. No hago nada, literalmente. Es por eso que ese trimestre me dediqué a soñar despierta, mirando por mi ventana el jardín trasero de los vecinos, sintiéndome la mas esúpida. ¡Puf! Observándolo de contrabando, hasta que me enteré que tenía novia. Fue mi primera decepción amorosa. Todavía me duele, muy muy muy en el fondo, y eso que no hablé ni una palabra con el. Solo fueron un par de sonrisas cruzadas, cuando ambos salíamos a sacar la basura a las 8 de la noche, o cuando yo volvía de gimnacia y el sacaba a pasear a su perro. Me parece que se llamaba Mateo, y tenía un año menos que yo. Pero, ¿qué importan las edades? Así transcurrieron mi invierno y mi primavera, sufriendo porque mi vecino Mateo de 16 años tenía novia y esa no era yo. Me recuperé -no del todo- en diciembre, cuando empezó el verano y mi cabeza se centró en odiar cada día de mi vida. Es que hablo en serio cuando digo que detesto esa estación. El sol me mata y siento que estoy enferma, me dan ganas de quedarme en la cama imaginando que tengo fiebre muy alta.
Es bastante cierto eso que dicen... Creo que el dicho es: El tiempo cura todas las heridas. O las borra, no se. La cosa es que meses mas tarde me enteré que Mateo había terminado con su noviazgo, y yo no lo busqué, porque la pasión se había esfumado como el calor del verano.
¡Si! Otoño de mi alma, volviste a mí.
Y así me veo a mi misma, sentada en el cordón de la vereda, con una taza de café con leche en la mano. Mi mamá barre el patio delantero cubierta de abrigos, y el resto de mi familia agoniza por el frío en el interior de la casa: la estufa se rompió. Yo, feliz de la vida. Le sonrío al guardia, al cartero, a un nene chiquito que aprende a andar en bicicleta, al mundo en sí. Y no sufro mas por Mateo, que me mira desde la ventana de su casa que es igual a la mía. Ahora le toca a el sufrir. Porque se dio cuenta que me ama, y que yo no le correspondo mas. ¡Encima odia el otoño!
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