
En mi cabeza iba tachando los colores que estaba viendo. Blanco, en mi vestido. Rosa, en mis medias. Marrón, verde, amarillo y naranja, en cada pequeño espacio y recoveco bajo mis pies. Entonces negro, de la nada. Tus zapatos gastados (de hecho, podría decir que era casi un gris oscuro) llegaron hasta los míos. Al levantar la mirada solo un poco, taché los colores del arcoíris completo.
Cada pelo en su cabeza bailaba a un ritmo distinto. De tan cerca que estaba, podía ver como se le ponía la piel de gallina con el contacto frío del viento. De tan cerca, olía perfectamente su perfume. Sonreí, sin censuras al fin. Ya estábamos juntos.
Sonreí, sin censuras al fin. Me sequé las lágrimas y te las regalé.
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