Cuando finalmente los primeros rayos lumínicos golpearon los techos de mi barrio, ocurrió lo que siempre ocurre que me maravilla tanto. El primer rayo me da firmemente en los ojos y de pronto parece que veo en blanco y negro. Todos y cada uno de los colores desaparecen por unos instantes. 
Generalmente a los pocos segundos vuelvo a ver todo con normalidad, porque mis ojos se acostumbran a que ya es de día. Bueno, eso no pasó hoy.
Hoy cuando amaneció, y mis ojos chocaron con el primer rayo de sol, los colores se fugaron, el barrio se sumió en una triste y monocromática situación, y creo que nadie mas lo notó. Lo primero que atiné a hacer fue mirarme al espejo. Ahí estaba yo, con el pelo gris claro, los ojos plateados, las manos incoloras. Toda yo, como siempre, solo que toda desaturada. Abrí grande los ojos, sorprendida. Que triste verse así.
Abandoné mi casita gris, mirando las rutinas de mis vecinos. Nada parecía haber cambiado aparte de la ausencia de color y brillo. Mi barrio era el mismo, solo que opaco e insulso. La gente caminaba, regaba las plantas, hablaba entre si. Todo lo hacían como siempre lo hicieron desde que tengo memoria.
Se respiraba un aire pesado, sin embrago. Podía sentir partículas de tristeza que flotaban en el aire. Las caras de la gente asomaban indiferencia, las risas se desaturaron también, transformando en grave lo que antes era agudo, y todo lo que veía podía haberse acompañado con una melodía de violines melancólicos. 
Olí con profundidad las flores del puestito que está junto a la parada del colectivo y descubrí que también los aromas dulces se habían esfumado con ese primer rayo de sol que me dejó ciega de color. 
Era como si lo lindo del mundo se hubiese ido, dejando atrás lugares fríos, incoloros, con aroma a humedad y desolación.
El día transcurrió de manera angustiante, y cuando llegó la noche la luna emergió de manera que semejaba a un círculo que manchaba a un cielo negro y sin estrellas. No parecía ser tridimensional, solo una cicatriz redonda en una superficie infinita. Me acosté en la cama y lloré un poquito, porque necesitaba poder apreciar lo lindo de un rojo furioso, lo electrizante de un azul y hasta lo brillante molesto del amarillo.
Me levanté a eso de las 7 y abrí las persianas esperando a que amanezca.
Cuando el primer rayo de sol me golpeó en la cara, por un instante vi todo en su mas increíble esplendor. Todos los colores allí estaban, como ayer. Me emocioné, admiré lo hermoso que era mi barrio repleto de los mas brillantes tonos.
Pero a los pocos segundos el blanco y negro volvió a sumirme en la angustia. Pareciera ser que esta era mi nueva normalidad, cuando antes era lo que mas me maravillaba. Quizás pasaré el resto de mi vida buscando esos pequeños momentos al amanecer, para recordar lo que son los colores. Quizás es un aprendizaje, para valorar lo que antes no veía, lo que solo acompañaba mis días.
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