17.3.14

La caída

La madera crujió una vez más. Sus manos curiosas recorrieron el suelo de la habitación, palpando en busca de algo que ni siquiera sabía si existía. El otro día había creído ver un destello proveniente del parquet. Un dedo se trabó entre dos maderas, ya que había una pequeña abertura. Clavó las uñas, hizo fuerza con ambas manos, sintiendo como una gota de transpiración recorría su espalda. Nada. Entonces hizo palanca con una tabla angosta, que aunque se curvó furiosa, como quejándose por el uso que le estaban dando, logró levantar la madera del piso que tan pegada parecía estar. Un espacio oscuro y profundo se abrió ante sus ojos. Tan oscuro y tan profundo que le llamó la atención. Como el hueco era demasiado pequeño, con el mismo método de palanca fue despegando más y más tablas del piso hasta abrir un cuadrado de casi 50 centímetros de lado. Al fondo del pasadizo brillaba una lucecita blanca, titilante y llamativa. Estiró el brazo para alcanzarla y con un suspiro cayó por el agujero.
Creía que el sótano estaba al otro lado de la casa. Creía que existía una trampa, en el piso del baño de invitados, que conducía al mínimo subsuelo donde guardaban en bolsas, cajas y hasta sueltos, la ropa vieja, los adornos de navidad y unos cuantos cachivaches más. La caída fue de unos tres segundos eternos. Un piso de tierra húmeda la recibió casi de manera amable y una leve pendiente la hizo rodar unos metros hasta quedarse acostada boca arriba y con los brazos extendidos, acostumbrando sus ojos a la oscuridad y el resto de sus sentidos a ese espacio tan peculiar. Tosió, como sólo hacía cuando estaba nerviosa. Es que en realidad no había razón por la cual toser, el aire parecía más puro que en el jardín trasero.
Al levantarse, se desorientó. Perdió la noción del arriba y el abajo, la derecha y la izquierda, y hasta le costó trabajo encontrar con sus manos su rostro desencajado. Tuvo miedo de quedarse allí para siempre en la oscuridad, intentando agarrar sus propios pies. Rechazó la idea de morir, porque una vez juró con una amiga que morirían juntas de viejas. Y si ella no estaba allí para esperar la muerte unos 65 años, decidió que entonces iban a ser inmortales. En esa pérdida de conciencia se le fueron otros 5 minutos.
Quiso gritar, pero ya no salía sonido alguno de su garganta. Tal vez el golpe le quitó algunas facultades. Abrió grandes los ojos, creyendo que tal vez no era que estaba todo oscuro, si no que ella se había quedado ciega, y muy pequeña y al frente, la vio por fin. Allí estaba la luz que la hizo caer. Bueno, la luz y su curiosidad.
Pulcra, brillaba titilando por momentos y quedándose estática después. Era blanca, muy blanca entre tanto negro, y por más que se notaba que estaba a kilómetros de distancia, le hizo doler los ojos. No tuvo que pensarlo, al instante se propuso seguirla. Como una momia, caminó con los brazos al frente, escuchando nada más que sus pasos sobre la tierra, un goteo a lo lejos y su respiración exacerbada en el casi silencio absoluto.
Si bien al principio tenía dudas, miedos y preguntas, todo eso se borró con velocidad. Años de imaginarse aventuras y finalmente algo asombroso le sucedía. Caminó por horas, entusiasmada y sin pensar en el paso del tiempo ni en el dolor de sus piernas. La curiosidad que la caracterizaba, le hacía cuestionarse sobre esa lucecita que perseguía.¿De dónde viene? ¿Viene o va? ¿Será el centro del mundo? ¿Saldré en China, tal vez?
El camino era sinuoso en algunos tramos, recto en otros, pero siempre llano. Descartó entonces la idea del centro del mundo y la idea de China. Era físicamente imposible. Decidió dejar de intentar adivinar, así luego se sorprendía más con su descubrimiento. Fue alimentando así sus expectativas, sus ansias, su imaginación.
Casi sin darse cuenta, la luz había aumentado y había cambiado de forma. Era ahora algo horizontal y extraño, difícil de definir, y venía del suelo. Caminó, con el entrecejo fruncido, preguntándose sobre ese cambio abrupto. Corrió un poco, ansiosa. Allí estaba. La luz blanca se filtraba por una puerta trampa en el piso. Por primera vez en unas horas, pudo ver sus pies. Se agachó, pasó sus manos sobre esa luz cálida, parecía luz solar. Sus dedos temblorosos dieron con una manija.
De manera tonta miró hacia ambos lados en la oscuridad, como fijándose que nadie esté observando su travesura. Justo cuando un cosquilleo le empezaba en el cuello, tiró de la manija y levantó la puertita. Lo que vio, la asustó y confundió ya que era absurdamente familiar.
Un viento que vino de la nada, la empujó por el agujero. Cayó durante tres segundos eternos, y aterrizó sobre el piso de parquet de la habitación de sus padres, boca arriba, brazos extendidos. La puerta trampa del ático estaba abierta de par en par justo arriba de ella. En esa posición y con una expresión mezcla de asombro y horror en sus ojos, la encontró su mamá unas horas después

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