Ya no más mis manos caminarán en su piel.
Me dijeron que le gustaba cuando acariciaba la palma de su mano con mis dedos, cuando caminábamos por las plazas como en trance. A veces ni hablábamos, solo nos estudiábamos en silencio, mientras a nuestro al rededor la ciudad parecía estallar. Por horas. Por minutos. Despidiéndonos hasta el próximo domingo. Deseando vivir a unas pocas cuadras.
Deseando que la diferencia de edad no sea tan notoria. Yo, tan inexperta en mis quince. Él, ya en sus maduros veinte.
Deseándonos, simplemente. Besándonos sin control. Hurgando entre nuestras ropas, sin nunca llegar a destino. Jugando con mi pelo mientras me atraviesa con la mirada. Tocando con las yemas de los dedos su barba rasposa, riéndonos del mundo, jugando a ser mayores.
Despidiéndonos en la parada del 184 por última vez. Deseando vivir uno al lado del otro, quizás. Y caminar en círculos imperfectos, en mi jardín. Acariciando la palma de su mano con mi boca cuando mi papá no nos ve.
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