21.2.18

La palabra escrita

Siempre se me dieron mejor las palabras escritas que las habladas. 
En la oralidad soy un torbellino, muevo las manos con ansiedad, me trabo, me como letras. Corro por las palabras como queriendo terminar rápido, no pienso, escupo lo que quiero (o no) decir. Soy atolondrada, inquieta, me apuro.
Siempre me fue mas fácil escribir, porque me obligo a detenerme un segundo. Entonces reflexiono, pienso, tomo decisiones. En este caso me deslizo por la hoja (o el teclado) y me tomo todo el tiempo del mundo para transmitir lo que quiero decir. A veces creo que mi problema es que mi cerebro funciona más rápido que mi boca, pero no más rápido que mis dedos.
Hablando puedo sonar antipática cuando en realidad quiero sonar contenta. Puedo tirarte una bomba que quería ser una caricia. Puedo lastimarte sin querer.
Pero cuando escribo... Ah, cuando escribo se a ciencia cierta que el modo no se va a tergiversar. El mensaje llega completito y hasta un poquito adornado. Amo las palabras escritas en una buena letra cursiva. Pero no la mía, claro. La mía se parece a mi oralidad, es desprolija y atolondrada, se sale del renglón y pega saltos. Se curva cuando debería ser recta, se enreda, pega giros inesperados. 
Me gusta poder decir la exactitud que estoy pensando. Me gusta escribir, porque cuando lo hago estoy sola. La escritura tiene esa ventaja. Cuando te escribo, no me ves. Me escondo en la oscuridad de mi cuarto y te digo todo lo que pienso o siento sin que me mires a los ojos. Nada me condiciona, nada me hace dudar. Nada me da miedo, soy invencible (e invisible).

Siempre se me dieron mejor las palabras escritas. Cuando escribo, soy mi verdadero yo. Cuando escribo, puedo decirte que te amo desde hace meses. Puedo decirte que no lo dije antes porque tenía miedo de que si lo decía, mi yo oral te iba a escupir un 'te amo' apresurado e inquieto. Atolondrado y brusco. Así como soy yo.

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